La Universidad de Buenos Aires volvió a destacarse en el escenario académico internacional al alcanzar el puesto 71 en el ranking global de universidades para 2025, consolidándose como la mejor de América Latina. Esta posición marca un ascenso de 24 lugares respecto al año anterior y refleja el fortalecimiento de su reputación académica y profesional a nivel mundial.
Entre los factores que impulsaron su ascenso se encuentran una destacada valoración por parte de la comunidad académica internacional y una fuerte presencia en el mercado laboral global. La UBA ocupa el puesto 13 en empleabilidad de egresados, un indicador clave que refleja la alta demanda de sus profesionales en diversos sectores productivos y científicos.
A nivel disciplinar, la universidad logró posicionar cinco carreras entre las 50 mejores del mundo, incluyendo Ingeniería en Petróleo, Derecho, Lenguas Modernas, Antropología y Sociología. También amplió a trece el número de disciplinas que figuran dentro del top 100 global, sumando áreas como Ciencia de Datos e Inteligencia Artificial, lo que evidencia su capacidad de adaptarse a los nuevos desafíos tecnológicos.
El crecimiento también se refleja en el índice de sostenibilidad institucional, donde la UBA dio un salto significativo. Además de su desempeño académico, la universidad lidera en producción científica, concentrando aproximadamente el 30% de la investigación realizada en Argentina, con una planta docente-investigadora de más de 30.000 profesionales.
Con una población estudiantil superior a los 350.000 alumnos, la UBA es un pilar fundamental del sistema universitario argentino y un emblema de la educación pública. Su modelo de ingreso libre y gratuito continúa siendo un diferencial frente a otras instituciones del mundo, sin sacrificar calidad ni competitividad internacional.
A pesar de este reconocimiento global, la universidad enfrenta desafíos relacionados con su financiamiento y la necesidad de sostener la inversión en infraestructura, tecnología y formación docente. Su permanencia en la élite académica dependerá de políticas públicas que garanticen su autonomía, calidad y compromiso con la sociedad.





